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    Corridas de toros en... las islas Malvinas

    LISBOA-PONTEVEDRA (NATURALES, Correio da Tauromaquia Ibérica). Insólito este documento que leemos con especial interés en el diario LA VOZ, de Cádiz. Todo un aporte a la historia de la Tauromaquia...
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    POR TOMÁS TORRES PERAL,
    COMANDANTE DE CABALLERÍA, ABOGADO Y ECONOMISTA

    Los españoles, por regla general, manifestamos nuestra simpatía por la reivindicación de la Republica Argentina sobre las Islas Malvinas, y ese afecto se incrementa, si cabe, cuando advertimos que esa reclamación trae su causa en la antigua españolidad de dicho archipiélago.
    Efectivamente, Argentina, como estado sucesor del Reino de España, tras su emancipación, como consecuencia de la Guerra de Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, se considera legítimo titular de los derechos y obligaciones que España tenía sobre dichos territorios, y responsable de los mismos. A la fecha de la independencia de Argentina, la soberanía de las Islas Malvinas era indudablemente española, como territorio dependiente de la Capitanía General de Buenos Aires, y por lo tanto, integradas en el Virreinato del Río de la Plata.
    De hecho, las tropas españolas evacuaron las Islas, tras la revolución de mayo, por orden de la Junta de Montevideo, con la finalidad de concentrar las fuerzas. Su gobernador, Pablo Guillén, piloto de la Real Armada, procedió al repliegue ordenado, no antes sin dejar colocada una placa de plomo en el campanario de la Real Capilla de Malvinas, así como otros tantos carteles, en al menos treinta edificios oficiales con la siguiente inscripción: «Esta isla con sus Puertos, Edificios, Dependencias y quanto contiene pertenece a la soberanía del Sr. D. Fernando VII, Rey de España y sus Indias, Soledad de Malvinas 7 de febrero de 1811, siendo gobernador Pablo Guillén».
    En virtud de sus legítimos títulos, Argentina ocupó en el año 1820 las Islas Malvinas e izó por primera vez su pabellón nacional en el archipiélago austral, noticia que fue publicada por el periódico 'El Redactor' de Cádiz en agosto de 1821. En el año 1833 Argentina fue expulsada de las Islas Malvinas mediante un acto de ilegítima fuerza, contrario a derecho, como consecuencia del profundo y decidido interés de la Gran Bretaña por controlar las rutas comerciales, el mismo interés que le llevó en 1806 y 1807 a intentar invadir militarmente Buenos Aires, o mejor dicho, El Puerto de Santa María del Buen Aire, y que fue evitado por la total resistencia de la sociedad bonaerense.
    Corría el año 1788, en pleno periodo hispánico malvinense, siendo gobernador del archipiélago el capitán de fragata Don Ramón de Clairac y Villalonga, cuando se produce un hecho que va a agitar la monótona y dura vida en las Islas Malvinas: la muerte de Carlos III, noticia conocida en el archipiélago con más de diez meses de retraso.
    Con motivo de la exaltación al trono de Carlos IV, se celebraron ceremonias y festejos que el mismo Clairac detalla: «Se formó un capaz tablado de cuatro ochavas sostenido de 20 arcos con sus respectivas escaleras y pasamanos, y en él se levantó un dozel, ocupando el fondo en medio donde se colocó el retrato de SM (que Dios gue)». En la capilla bien adornada e iluminada se cantó el Tedeum en acción de gracias. La jura al nuevo monarca se ejecutó el día 4 de noviembre de 1789, haciendo las funciones de Alférez Real Don José Blas. El estandarte real fue llevado a la iglesia en solemne procesión que encabezó el Gobernador y su plana mayor, seguidos de toda la guarnición.
    Se formó una plaza de toros improvisada. Para torear se destacaron «ocho individuos», no sabemos si voluntarios, uno de matador, otro de rejoneador, dos picadores y «cuatro chulos», todos ellos vestidos de uniforme adecuado. Se lidiaron un total de doce toros, a razón de cuatro por tarde, los tres días que hubo corrida.
    No consta en las crónicas si se cortaron orejas, ni si se dieron vueltas al ruedo, pero no es de extrañar que hubiera pitos y aplausos habida cuenta de que ni el ignoto maestro ni su cuadrilla eran profesionales. Sin embargo, la existencia de las corridas de toros en las Islas Malvinas, como parte de los festejos con motivo del advenimiento al trono de Carlos IV, es un hecho histórico indubitado.
    Estas tres corridas de toros en latitudes australes, quizás las más meridionales jamás celebradas, olvidadas ya en las frías aguas subantárticas, perdidas por los temporales del Atlántico sur, acreditan, a mi juicio, que el arte de torear hunde sus raíces desde hace siglos en nuestros más profundos y generalmente aceptados modos de vida y costumbres, en definitiva, forman parte, incluso para los que no somos grandes aficionados a la fiesta, de nuestra cultura, y que como tal debe ser protegida y amparada.