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    Honor a Julio Robles, artista de la Tauromaquia


















    Maestro, me dirijo a ti para presentarte mis respetos. Por desgracia, nunca te vi torear, pero mi padre me ha dicho que eras realmente bueno. La pena es que, lo más seguro, no habría sabido de ti de no haber sido por la brutalidad acaecida contigo hace unos días. Da asco hasta decirlo, pues me cuesta creer cómo hay miserables de tal calibre que no dudaron en profanar tu tumba. Intentaron sacar tu cuerpo del ataúd, pero no pudieron. En “compensación”, les bastó con arrancar tu busto de mármol, llenar tu sepulcro de pintura roja y grafitear en él su frase más habitual: “Toreros asesinos”. Se llaman antitaurinos. Pero para mí lo único que son es unos hijos de puta.
    Estoy absolutamente convencido de que la inmensa mayoría de las personas que están en contra de los toros, están horrorizadas con ese acto salvaje, que sin duda condenan. Por eso, espero como agua de mayo que salga a la luz pública un alto representante de algunas de esas organizaciones protectoras de los derechos de los animales y se desmarque cuanto antes de esa escoria. Inmediatamente. Ya. Tomo nota : Por ahora lo han hecho la 'Plataforma S.O.S. Stop Our Shame’ y la ‘Asociación Animalsita Libera’. Bien por ellos. ¿Y los demás?. Estoy deseando que me hagan ver que no he visto los innumerables comunicados de protesta de los que se rasgan las vestiduras ante el “asesinato” de los toros, de verdad.
    ¿Sabrían esos cuatro malnacidos que insultaron a tu memoria que pagaste con la propia vida tu amor por la que para ti era algo más que tu profesión? ¿Sabrían esos mamarrachos que en 1990 un toro te dejó tetrapléjico? ¿Sabrían esos malditos que pasaste tus últimos once años de vida sin poder moverte de una silla de ruedas a causa de la derrota sufrida ante ‘Timador’ en Beziers? Porque señores antitaurinos, de eso se trata: La tauromaquia es un combate entre un ser humano con un trozo de tela y una espada y un animal de 500 kilos con dos cuchillos en la cabeza. En la refriega, una danza a compás, lenta, apasionada, sensual. Cuando hay toreo de verdad, hay arte.
    Entiendo que sean muchos los que así no lo vean. Comprendo que les horripile ver cómo un animal irracional es matado ante miles de personas que disfrutan con lo que observan. Todo eso lo puedo ver lógico, pero también pido con fuerza a los que así piensan y defiendan tales ideas a través de una asociación creada para tal fin, que no tarden ni un minuto más en decir que los imbéciles que profanaron la tumba de quien no se puede defender, fueron unos verdaderos asesinos. Asesinos de la paz de los muertos, asesinos de la memoria.
    Maestro Julio Robles, descanse en paz.
    MIGUEL ÁNGEL MALAVIA


    De Alfonso Navalón a Julio Robles

    Hay que tragarse las lágrimas y escribir sobre el amigo muerto. Al torero lo enterramos ya hace once años. Y nos quedó sólo el hombre. Tan distinto y tan humano. Aquella voltereta trágica se llevó el temperamento rebelde, los caprichos y los nervios y la silla de ruedas le descubrió un mundo distinto al de los alamares. Casi todos los toreros cuando se van de los ruedos se los traga o el olvido o la soledad. Y contigo pasó todo lo contrario.
    Empezaste a sentir el calor de la gente, las amistades más profundas y perdiste aquella desconfianza huraña para sentirte más cerca de los demás. Disfrutabas llenando tu mesa de amigos, abriendo las puertas de tus cercados o el palco de la plaza. Y ahora te había llegado una felicidad sosegada y un cariño por las tertulias y darte a los demás. Ahora que habías aprendido a valorar y a disfrutar con los amigos se te ha marchado la vida en esta primera tarde templada y campera después del invierno canalla que hemos pasado sin el goce de poder andar entre los ganados.

    Esta tarde dominguera cuando nos íbamos a dar un largo paseo por campo soleado, me ha llamado llorando Pedro, el del Albero, desde el hospital: "Se nos muere por momentos. De esta tarde no sale". Y cuando llegamos ya te habías ido a la eternidad y las primeras docenas de fieles tenían ya las caras de congoja en el gran pasillo. Allí estaban los 'otros dos': Santiago y Pedro, tus compañeros de tantas tarde de gloria. Y Aurelio que te estuvo picando los toros hasta aquella tarde de la desgracia. Y Paco Calzada que te sirvió las espadas y luego talló la piedra de la gran chimenea del salón de los recuerdos y las vitrinas. Estaban los ganaderos y la gente del toro y estaban los amigos nuevos. Los que descubriste cuando ya no llevabas el brillo del traje de luces. Llegó Limo llorando con tu vestido blanco y oro con cabos negros. Y Santiago dijo que no, que solo un sudario y un capote de paseo, que a ti no te hubiera gustado que te enterraran con brillo de los caireles.

    Ahora, Julio, ya sólo eras un hombre enamorado de la vida que te vas sin remedio cuando habías aprendido a cogerle el regusto a las cosas hermosas. Mañana pensábamos dar una vuelta por las fincas vecinas de Los Bayones y Paco Novelty para acabar la merienda en tu casa, sin prisa de copas ni tiempo, hasta que nos dieran las tantas y consumieras el último cigarro. Lo habíamos acordado el pasado lunes cuando estábamos de sobremesa en El Albero, comiendo la sabrosa carrillada. Y gastando las bromas de siempre. Que si a este paso van a criar los jabalíes que ibas a matar a la espera en las charcas de El Berrocal, que ya estoy harto de echarle mazorcas de maíz para que confíen y vengas a tiro hecho. Que a ver cuando te da la gana mandar a Pacheco y a Lisardo a pescar unos cientos de tencas para echarlas en las charcas y pegarnos una merendola por todo lo alto cuando llegue el buen tiempo.

    Lo que menos podía pensar es que esta plácida tarde de domingo te iban a entrar las prisas de morirte y obligarme a escribirte este adiós definitivo, cuando hace poco te quejabas: "Chacho que me tienes olvidado. Que estuve muy malito y no has venido. Ya se que has preguntado, pero yo quiero que vengas". Me han dicho que van a llevarte al salón del Ayuntamiento para que el pueblo desfile a verte y te hagan guardia de honor los maceros con los galones de dorado y las plumas en el sombrero carmesí. Y es lo menos que pueden hacer, porque contigo se marcha también el corazón dolorido de muchos salmantinos, de media España taurina que vendrán a decirte adiós con crespones negros. Inesperadamente te digo adiós sin desgarro, como si este dolorido otoño de la vida nos hubiera enseñado a sufrir sin alaridos ni angustia. Será porque todavía no te he visto de cuerpo presente y no me hago a la idea que ya no volverás a ver a la 'Yeguicera' para darle ramas de encina mientras la vaca enamorada te lamía tus manos. Esas manos que bordaron tantos lances inolvidables. - ALFONSO NAVALÓN